Donald. J. Trump. Como sociedad, ¿en qué fallamos?

Foto: politico.com

Por Gustavo Gac-Artigas*

Mi primera reacción al conocer que se había aprobado un nuevo juicio político en contra del presidente Donald Trump, con una votación de 232 por y 197 contra, fue de alegría.

Luego pensé: en una etapa posterior hay que llevarlo a juicio para alejarlo de la vida pública e impedir que pueda ejercer un cargo público, y ello por lo que este individuo es peligroso y continuará incitando a la violencia y dividiendo al país.

Pasada esta primera reacción, al escuchar a los diputados republicanos, no todos, pero sí demasiados defendiendo a Trump, pensé: como sociedad, ¿en qué fallamos?

Cuando el 70 % de los republicanos se declara favorable al ideario de Trump, cuando el 70 % de ellos cree a pies juntillas lo que el expresidente les dice, lo lógico es preguntarse: cómo sociedad, ¿en qué fallamos?

No me refiero a esa minoría extremista, racista, fascista, supremacista, que asaltó el Capitolio, aquellos que escondidos en la masa intentan destruir la democracia e instalar un régimen autoritario, me refiero a un importante número de personas en ese 70 % que honestamente creen en las teorías conspirativas, en que los demócratas son sus enemigos, que sus derechos están amenazados, que el país va inevitablemente a un enfrentamiento, que al defender a Trump están defendiendo la Constitución y el futuro de América.

Ayer, las imágenes de miembros de la guardia nacional armados hasta los dientes acostados en los pasillos del Capitolio para garantizar el normal desarrollo de una reunión de la Cámara de Diputados en la cual se enjuiciaba al presidente, al leer que 20.000 otros guardias se desplegarían para garantizar que el presidente electo asuma sin contratiempos, me remecieron y me pregunté ¿adónde hemos llegado para que tengamos que desplegar el ejército para garantizar el desarrollo de la democracia cuando se supone que es el pueblo quien debe ser el garante de la democracia, que el traspaso de un presidente a otro debe ser un acto normal y un momento de regocijo? ¿Hasta dónde hemos llegado para sentirnos amenazados por grupos violentistas de extrema derecha? ¿Cómo hemos permitido que se haya llegado hasta aquí?

Al escuchar a los diputados republicanos en el debate se podría entender, entender, no justificar, su posición. Defienden el capital que los ayudó a ser electos, defienden su ‘statu quo’, social y económico.

Pero el 70 % de quienes se declaran republicanos, ¿qué defienden al defender a Donald J. Trump? ¿un sueño fallido, el de una América de la igualdad de oportunidades para todos?, cuando basta con mirar hacia el lado, observar y ver la diferencia en el estatus de vida de la población, basta mirar los parques, las escuelas, basta mirar el respeto que se tiene por la persona según sea su riqueza o el empleo que tiene, el color de la piel, o la orientación sexual.

No es lo mismo haber nacido en cuna de oro en Manhattan que en cuna de obrero en Queens, ambos bebés traen marcada a fuego, en la frente, su destino. Sin embargo, la mayoría de ese 70 % que cree que el ideario de Trump no nació en cuna de oro, no pertenece al 1 % más rico de la población, esa mayoría que tiene tanto que ganar y nada que perder en una sociedad más justa e igualitaria.

Como sociedad, ¿en qué fallamos?, por lo que la culpa no es solamente de ellos, la culpa también es nuestra. No fuimos capaces de explicarles claramente lo que significa para el país individuos como Trump y su ideología, puesto que no se trata solamente de Trump, se trata de la ideología, como no se trataba de Hitler o Pinochet, se trataba de la ideología por ellos pregonada.

No fuimos capaces de educar en las escuelas y en nuestras casas a nuestros hijos para que tuvieran la capacidad de pensar críticamente y pudieran separar, en un discurso, las luces de neón de lo que se esconde tras esas frases que llevan a alienar el pensamiento y la acción.

No fuimos capaces de hacerles entender que «luchar» tiene significado cuando se sabe el porqué se lucha, que no se trata de ir como rebaño al combate sin saber por qué se combate. La culpa no es de ese 70 %, la culpa es compartida, y si verdaderamente queremos curar las heridas y la división debemos preguntarnos: como sociedad ¿en qué fallamos?, ¿por qué fallamos?, ¿por qué el odio reemplazó al diálogo?, ¿por qué llegamos a esta América dividida?

Y no es que el «otro», el que piensa diferente, sea fascista o bruto y nos escandalicemos de su discurso. Hay que separar la paja del trigo. Preguntémonos si parte de la falla no está en nosotros y en nuestra manera de pensar del otro, en nuestra forma de expresarnos del otro, en la incapacidad de comunicar ideas por sobre el dogmatismo, o tender a la descalificación fácil de la persona que tenemos al frente y piensa diferente, en la incapacidad de llevar a pensar y no limitarnos a repetir consignas.

Tras la alegría del primer momento, me pregunto: como sociedad ¿en qué fallamos?

Larga tarea tenemos por delante, más allá, muchísimo más allá de Trump. El expresidente es solamente la expresión de los males de una sociedad desigual que adormeció el pensamiento en una colectividad que va más allá, muchísimo más allá de un 70%.

Gustavo Gac-Artigas. Escritor y miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).

Fuente: Aldiaea.net

(Las columnas de opinión reflejan el pensamiento de sus autores y no necesariamente el punto de vista de este medio de comunicación).

 

 

 

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