En algún lugar… Paradoja olímpica

Por Laura M. López Murillo

En algún lugar olímpico, cerca de las plazas y entre los recovecos de las glorietas yacen ocultos los vestigios de la maldad; los bemoles oscuros del dominio se atenuaron con las melodías de la paz y las huellas del lucro se encubrieron con los estandartes de prosperidad…

El encanto original de los juegos olímpicos provenía de su esencia humanista y emanaba de la excelencia como un sueño posible. En la hipermodernidad, los juegos olímpicos son el escaparate universal del triunfo del espíritu humano sobre las adversidades. Por el tono excelso del mensaje, debido a la magnitud de la audiencia y a la diversidad de sus espectadores, el escenario olímpico se ha transformado en una contienda de patrocinadores. La competencia olímpica es el escenario exclusivo y excluyente donde se promocionan las empresas involucradas en la organización de los juegos. Una de las paradojas del olimpismo es que los grandes beneficiarios de esta fiesta deportiva son consorcios internacionales ajenos e inmunes a los ideales humanistas.

Entre los principales patrocinadores de los Juegos Olímpicos en Londres 2012, están British Petroleum, empresa responsable del vertido de petróleo en el Golfo de México en 2010, y la empresa estadounidense Dow Chemichals, que rechaza cubrir la indemnización por el desastre industrial de Bhopal que causó la muerte a más de 3,000 personas en la india en 1984. Los uniformes de los atletas están diseñados por firmas de alta costura y manufacturados por empresas que explotan a sus trabajadores. Un consorcio inmobiliario de Qatar pagó 557 millones de libras por la adquisición de 2800 casas en el área de Stratford, donde se ubica el Parque Olímpico. Esta operación implica la desaparición de viviendas accesibles de carácter social y una indignante limpieza de la zona con el desahucio y la expulsión de los residentes más pobres. La construcción de los escenarios olímpicos fue un “proceso de planificación vergonzoso que arruinó espacios que estaban protegidos a perpetuidad”; para cumplir con la disposición del Comité Olímpico Internacional que establece como obligatoria la construcción de un gimnasio de práctica, se cortó un acceso peatonal al parque Leyton March y se ocupó gran parte de las áreas verdes.

Pero la alarma y el descontento social surgieron por la instalación de misiles tierra-aire en las terrazas de varios edificios para evitar ataques terroristas. Y poco antes de la ceremonia de inauguración, cuando todos los vestigios de pobreza se escondían entre los recovecos del paisaje urbano, un grupo de ciudadanos marchó a las cercanías del Parque Olímpico para protestar contra la mercantilización de los juegos, denunciaron las practicas inhumanas de explotación laboral y la contaminación ambiental de los patrocinadores; su un mensaje de protesta exhibe a la clase política y a los consorcios internacionales como los beneficiarios directos de los juegos olímpicos.

Las protestas fueron reprimidas y la denuncia fue desestimada por un juez. Y la fiesta del olimpismo inició en franca contradicción con los ideales humanistas pero gracias al financiamiento de empresas cuya visión abarca al planeta como una fuente de suministros; el mensaje de paz se esparce a todo el mundo en mensajes donde predomina el afán del lucro, y en una fiesta gloriosa se atenuaron los bemoles más oscuros del dominio con las melodías de la paz y se encubrieron las huellas del lucro con los estandartes de prosperidad…

Laura M. López Murillo es Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.

 

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