Por Juan Francisco Coloane
La política internacional de Estados Unidos y del bloque transatlántico, al no haber logrado un orden mundial más plausible hacia los equilibrios y menos orientado a estimular supremacía, proyecta la visión de un Vladimir Putin, el presidente ruso, como el líder del resurgimiento de una amenaza que podría parangonarse con la soviética de 25 años atrás. Por lo absurdo de la hipótesis, surgen las dudas si los diseñadores de esa política de confrontación con Rusia la creen efectiva y si de hecho, la creen del todo. Los voceros de la OTAN y no pocos analistas encaramados en medios con alta llegada pública, directamente acusan a Putin de encabezar el regreso a la guerra fría, por lo de Crimea y Ucrania, o por su férrea defensa a la autonomía política de Siria.
La no muy virtuosa forma de generar una nueva matriz de amenazas al capitalismo, como la del terrorismo internacional, ha perdido legitimidad y se desprestigia cada vez más. Es así que Estados Unidos y la Alianza Transatlántica, regresan por sus antiguos fueros y reinventan el poderío del viejo enemigo euroasiático para continuar la guerra inconclusa que aunque no se le llame exactamente “contra el comunismo”, es contra cualquier posibilidad de que otro poder, similar al de la Unión Soviética, se oponga a la supremacía de Estados Unidos.
Es la determinación neoconservadora que definitivamente ha dado pasos políticos gigantescos en perpetuar la misma guerra que terminó por disolver a la Unión Soviética y al campo socialista.
En las aulas de los centros de estudio en Estados Unidos y en el resto de los países que forman la OTAN, se sabe que para los efectos de un estudio ideológico del fenómeno de la guerra fría, ésta no comienza después de la Segunda Guerra Mundial, con el enfrentamiento entre dos bloques, el capitalista liderado por Estados Unidos y el socialista liderado por la Unión Soviética. La conceptualización básica, las elaboraciones teóricas y el instrumental práctico de la guerra fría, emergen mucho antes. El fenómeno nace a partir del estallido de la revolución bolchevique en Rusia.
Aunque este fenómeno toma lugar a decenas de miles de kilómetros, una nación con gestación vulnerable, abierta, pero con fronteras dispersas como Estados Unidos, lo recibe como el estallido de una posible expansión a escala global. En la misma sociedad norteamericana con marcadas desigualdades en medio de un capitalismo todavía débil, las ideas del Bolchevismo podían calzar como anillo al dedo.
Las ideas de Marx florecen con la fertilidad candorosa del intelectual atrevido y erudito, aunque conservando la incertidumbre respecto a la utopía comunista. En comparación con el huracán bolchevique de comienzos del Siglo XX, lo de Marx en pleno Siglo XIX no pasó de ser un ventarrón. En una Europa convulsionada por una guerra y fracturación permanente, el factor bolchevique actuó como un sintetizador frente a los problemas de desigualdad generados por un capitalismo todavía muy imperfecto. En el contexto de la Rusia Zarista (la monarquía “pobre y marginal” respecto a las monarquías de la Europa más Occidental), el surgimiento del bolchevismo, constituye el factor más amenazante que el sistema capitalista mundial pudiera haber experimentado. La emergencia del factor Lenin fue un detonante mayor en escala e intensidad, que permitió observar la medida exacta de la perversión anti humana del capitalismo por la naturaleza destructiva de su esencia y la falacia de la libertad del individuo.
Por esa vulnerabilidad desde su génesis, Estados Unidos con la idea de libertad, sustentada también por la amplia territorialidad, la riqueza climática y topográfica, construye su protección en base a estancos religiosos, a comunidades cerradas, a pueblos pequeños, en principio marcando su espacio y territorialidad. Se federaliza y utiliza la autogestión a muy temprana edad, pero al mismo tiempo alimenta su claustrofobia.
La norteamericana Frances Fitzgerald, que escribe sobre política exterior, señala en un The New Yorker que, “EEUU es una sociedad monotemática y tendiente a formular arquetipos debido a que su base cultural responde a códigos religiosos y a una variada fragmentación de ellos mismos”. Esta plataforma religiosa le permite absorber ideas a través de ejercer control frente a la excesiva permisividad que genera esa idea de libertad y espacios abiertos. Esta contradicción contribuiría a que en Estados Unidos, en su esencia, convivan dos flujos de energías: una sociedad de amplias libertades, pero también claustrofóbica. El bolchevismo, aunque no pertenece a la matriz religiosa, sí estimula la importancia del trabajo y la libertad del más débil. De esta manera se vincula con cierta afinidad en esa dispersión de opciones religiosas protestantes.
El bolchevismo amenaza más que nada al que está posicionado en la plataforma dirigente, no porque éste acuse la posibilidad efectiva que la acción bolchevique desbarranque al capitalismo, sino porque está consciente de las posibilidades de que el capitalismo se desbarranque por defectos propios.Es en este espacio de la sociedad donde se diseña el anti-bolchevismo como elemento constitutivo de una política socio-cultural del Estado. El bolchevismo no es un clamor popular y no podrá nunca serlo bajo estas condiciones, aunque exista un capitalismo deprimido.
Las bases conceptuales y subjetivas de la Guerra Fría nacen con el irrumpir mismo del bolchevismo en la URSS. Durante el período Post II Guerra Mundial, el anti-bolchevismo de la Guerra Fría sería y continúa siendo solo una fachada para objetivos de alcances y escalas mayores. La estigmatización lleva consigo la formación de una política de Estado para erradicar cualquier idea opuesta al capitalismo y el tipo de libertad que sustenta.
Estos voceros y analistas que le atribuyen a Putin el regreso de la guerra fría, si observan a Chile, podrán constatar cómo se ha preparado la derecha chilena para sacar a relucir el mejor repertorio del golpismo que derribó a Allende en 1973(un hito de la guerra fría articulada por Estados Unidos), y del pinochetismo (otro hito de esa guerra fría). El pinochetismo instaló una forma de hacer política maniatada por una constitución que beneficia los enclaves de poder de la antigua dictadura, representada con magnificencia por el sector del empresariado más acaudalado y con ramificaciones políticas en partidos de la derecha, como debe ser. Desafortunadamente, también en algunos partidos de la izquierda, como no debería ser.
Sin embargo, en un país remoto como Chile, lejos de los nudos geoestratégicos en disputa, el esquema virtuoso de anunciar el resurgimiento comunista se ha hecho sentir. Se expresó hace poco, con violencia verbal y física de alto voltaje, a personeros comunistas del gobierno de una coalición de centro izquierda, que plantea moderadas reformas al actual modelo económico instalado en dictadura en Chile y a la fuerza en muchas naciones en la década de 1980, que consiste en un ajuste económico permanente para disminuir la capacidad de la gente para instalar sus reivindicaciones sociales.
Hace algunas semanas atrás, este clima de guerra fría local que no proviene de Putin pero que sí es el neoconservadurismo que ha exportado Estados Unidos, se expresa con diatribas de la ex-candidata a la presidencia de la derecha y del pinochetismo, Evelyn Matthei, hacia la presidenta Michelle Bachelet. Así mismo, la derecha y sus medios vienen reiterando que el gobierno de la coalición de centro-izquierda Nueva Mayoría, es dirigido por el Partido Comunista.
La guerra fría como cultura de amenaza y dominación para combatir al comunismo, la concibe Estados Unidos a partir de la revolución bolchevique que impulsó Lenin. Lo que sucede después es un perfeccionamiento de diversas formas de paliar las aberraciones sociales, económicas y políticas del capitalismo y evitar como sea los brotes de insurrección. Es una guerra inconclusa que lidera Estados Unidos y que la esparce en