Por El Lector Americano
TÚNEZ – Hay dolores que se miden con el cuerpo. Por eso el hambre duele, porque siempre va de la mano de la pobreza, que también más y, por lo mismo, genera rebeldía. Y si te pones a darle cabeza a estos dolores de repente caes en cuenta que la muerte duele más porque su camino en muchos casos una tautología del conjunto de dolores anteriores. Y todos estos dolores tienen olores distintos, que son sordos y fuertes, molestos y escandalosos hasta el punto de que después de sentirlo, no te queda otra que taparte la nariz. Pues bien, hace muchos años olí la muerte de mi viejo cuando estaba en el hospital, en un lugar idílico allí junto a la Cordillera de los Andes. Se la olía por ahí, todo el tiempo, ese olor a hospital, morfina, a químico fuerte. Olor que molesta y no te deja respirar… que te deja cansado de dolor y escapas de allí recordando la época de buena salud de mi padre.
La pobreza siempre huele igual: ropa vieja, ropa gastada al tacto de manos finas, brillante de grasa vieja, mugre de años de postergación y necesidad. Por eso el hombre moderno discrimina a los mal vestidos. Y con el hambre es igual. El olor a hambre, o a la pobreza, es un olor que te aprieta y que te permite seguir respirando, pero con tiempos por reloj, lo suficiente para desear todos los días que mañana las cosas van a ir mejor. El hambre te pone la mano en la boca y te la va destapando de a poquito, solo cuando es urgente, cuando no das más, cuando te ahogas. Un bocado, y el olor cede, pero solo un poco, y después se te viene de nuevo encima… Por eso los pobres siempre tienen hambre. Tres o cuatro panes de un zarpazo; varios vasos de leche en un colegio pobre y ese retumbe en mi memoria; “Date Farías… date (date es dame…)… Farías, hace tres días que no como!… las cosas andan mal en mi casa…”. Debo haber tenido diez años yo, desayunado y dicharachero, y la misma edad Carlitos Miranda Mella, flaco, huesudo, con ropa gastada y húmeda.
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Per saltum: Cuentan los relatos pos Segunda Guerra Mundial, de soldados ingleses que liberaron los campos de concentración de la Alemania nazi, que los allí concentrados se le venían encima a pedir comida. Ellos le daban chocolates, y leche condensada Nestlé, y al rato se morían atragantados. Si, a un muerto de hambre no se le puede dar mucha comida de golpe.
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Y parece que el hambre es terrible, pero hay quienes dicen que al final te acostumbras. Los que tuvieron hambre mucho tiempo dicen que es un dolor de garganta, pero en el estómago, que finalmente se hace una otoñal letanía, sorda y constante…
Escribo estas líneas el tres septiembre de 2021, a las 10:00 de la mañana. Es el maldito siglo XXI y estoy acá escribiendo sobre el hambre. Es un asunto tan terrible que necesitamos negarlo para seguir viviendo. Jean Paul Sartre decía eso, decía que: “frente al hambre, nada merece ser hablado”. No, no era Sartre no, me equivoqué. Fue Bertolt Brecht, y me lo dijo Pablo González con respecto a cualquier conversación, incluso una sobre árboles y cambio climático, es infame si hay alguien con hambre. Cuando Pablo me contó de esta frase, él estaba esperando ser atendido en una oficina de desempleo en París.
¿Que cualquier conversación es infame? …
Esta conversación es infame?
Por eso a Pablo le gustaba decir lo que Sócrates decía: que un pueblo con hambre no presta oídos a la razón, ni se interesa por la justicia, ni se inclina a rezar. Aquí en Túnez se reza cinco veces por día.
¿Será infame también?
Es difícil involucrarse en el dolor ajeno si eres expatriado. Me duele lo que pasa, pero yo estoy acá. Me cuesta entender el frío, el hambre, y la muerte, por eso recurro a la memoria. Nunca darle la espalda a la madre del hambre; el egoísmo y la indiferencia. Siempre será un problema político, y tiene solución. Y la mitad del mundo sigue “viviendo” con dos dólares por días. ¿Duermo bien? A veces, pero mi retina auditiva me retrotrae a los olores de la vida.