Por Marcos Winocur
La Historia que nos tocó vivir
Había una vez manos. Manos que asieron un trozo de roca, le dieron filo por un extremo y lo empuñaron por el otro. Era, rudimentario, un instrumento cortante y que, aplicando tracción animal a una lámina de madera, metálica después, abrieron un surco, y allí sembraron. Y fue el arado, l as cosechas y de ambulantes las tribus pasaron a sedentarias.
Había una vez manos, miles y miles, reunidas en un mismo lugar de los desiertos a orillas del Nilo. Un proyecto y un amo, los cuerpos se extenuaron, los hombres murieron de fatiga, allí se levantaron pirámides. Vinieron los imperios, las guerras en gran escala. Manos y manos corrieron a tomar las armas. Fue el exterminio y una lección: ¿por qué exterminar a los prisioneros? Más vale ponerlos a trabajar y allí nació la esclavitud. Se hizo la paz. Y se hizo la guerra. Y nuevamente la paz. Con el último legionario romano, cayó el último gran imperio antiguo, sin dejar sucesores. Y las manos regresaron al arado y a la tierra.
Pero el arado les fue poco y la tierra les fue chica. Y se echaron al océano, las manos empuñando remos y timón. Y aun así, abrazándola con sus barcos, la tierra no les bastó a los hombres: sus frutos les parecieron mezquinos. Y entonces otras manos dejaron el arado para levantar fábricas. Fueron la industria, las ciudades, las vías de comunicación, la ciencia, la tecnología, el mundo sobre ruedas. Pero las manos volvieron a la guerra y todo otra vez destruido. Y entonces había una vez… pero todo no puede ser referido de un tirón.
Únicamente que, como en los cuentos, se busca un punto de despegue. Había una vez. ¿Cuál vez? O, dicho en lenguaje más ceñido a lo histórico: ¿Cómo periodizar?
¿Dónde colocar la apertura, dónde el cierre? Cuestión planteada una y otra vez, ya presente con el hombre primitivo. Y he aquí que, si de rastrear en los orígenes de la especie se trata, por ningún lado aparece el acta de nacimiento.
Arranca la sociedad de clases
Con la Historia, la sociedad se representa como un exponente de alta y compleja organización, cuyas sucesivas transformaciones exigen, respecto del ciclo anterior, un mayor y más neto esfuerzo periodizador. Así, al interior de la Historia, la clásica división de edades: Antigua, Media, Moderna y Contemporánea. Conservaremos la nomenclatura para las dos primeras y la última, reemplazando la tercera por la denominación, también corriente, de Tiempos Modernos.
Va de suyo que la nomenclatura es convencional. En todo caso, más que cuestionarla, nos interesa distinguir edades y fases de transición. Guardan las primeras un carácter dominante de estabilidad, el cual permite, en cada una, alojar un tipo específico de relaciones sociales. Las fases de transición, desgajando parte de las Edades, se intersitúan, por el contrario, como el agente de disolución de lo viejo y apertura de lo nuevo.
Pero los terminales son muy difíciles de rastrear. Tomemos un ejemplo. Si admitimos al capitalismo el contenido de la Edad Contemporánea ¿Cuándo puede considerárselo como tal? Y en relación a ello: ¿Cuándo no pasa de regional y gobierna el mercado mundial? ¿Hay hechos que den esa medida o al menos sean muestra inequívoca de la madurez alcanzada por el proceso general de acumulación capitalista?
¿La Revolución Francesa? Antes, seguramente. ¿Con la revolución industrial inglesa? ¿Con las Provincias Unidas, Holanda, allá por 1600? ¿O todavía casi un siglo atrás, a la época de la revuelta de los comuneros en España?
Depende del criterio que se adopte y, tal vez, sencillamente, no existen los terminales, sino, apenas, una zona gris sin nunca alcanzar a determinar el momento del blanco o del negro. Esa “falta de exactitud” no debe preocupar.
Acostarse siendo medievales el 19 de mayo de 1453 y despertar hombres de la modernidad al día siguiente
Se asocia la esclavitud con Antigüedad. Ello es parcialmente cierto. La mano de obra forzada aparece en situaciones específicas a saber:
1. Cuando la sociedad decide valerse de un sobrante de fuerza de trabajo, proveniente de prisioneros de guerra o de pueblos militarmente derrotados y sometidos.
2. Cuando se plantea la necesidad de las grandes obras públicas, sea la irrigación mediante el aprovechamiento de las aguas de los ríos, sea la construcción de monumentos como las pirámides.
3. A medida que la antigüedad avanza, generando imperios de pretensión hegemónica mundial, cual la Grecia de Alejandro Magno y la Roma de Julio César.
¿Qué existe entonces en lugar de la esclavitud y coexiste junto a la esclavitud? Otra institución: el tributo. La inmensa masa de productores campesinos subsistiendo en comunidades, pero ya objeto de la extracción de plustrabajo por parte de un Estado de, no exigida de mano de obra esclava, sino de tributo en especie; si en alguna ocasión “presta” un contingente de trabajo, lo hace en condiciones distintas a la esclavitud.
¿Dónde y en qué épocas predominaba el tributo? Desde los orígenes de las civilizaciones y durante el mayor tiempo de la antigüedad. Milenios a lo largo de los cuales el agrupamiento demográfico tiende a darse en las tierras fértiles bañadas por los grandes ríos, en climas relativamente benignos. La Mesopotamia y el Nilo (Egipto) en Medio Oriente y, antes que éstos, el Río Amarillo (China) y el Valle del Indo, en Asia.
La aparición del Estado y del Tributo es acelerado por necesidades de defensa. Por su asentamiento, son núcleos humanos privilegiados. Y permanentemente amenazados por nómades de zonas áridas, cuando no desérticas. Hacen falta pues guerreros que para la defensa, y estos son parte del Estado. Y hace falta el tributo en especie, los alimentos. Para mantener el ejército. Vale más soportar esa carga, que el pillaje cuando no la aniquilación.
Mucho después, en América, la institución del tributo es detectada en las sociedades continentalmente más evolucionadas, como las asentadas en México y Perú, sin excluirse, al aparecer en coexistencia con la esclavitud. Al ser bruscamente quebrado por la conquista, el desarrollo autónomo del proceso histórico nos rebasa ese punto. La sociedad tributaria no es idílica. Esta basada en un compromiso histórico, que incluye la ingerencia periférica. Los pueblos sometidos soportan las cargas más pasadas, en tanto que los prisioneros de guerra son sacrificados. Bocas de más alimentar… hasta que la sociedad del tributo descubre en ellos la fuerza de trabajo. En ese acto les hace objeto de la esclavitud. De modo que ésta significa, sin duda alguna, un progreso traducido en el aumento de la producción: los esclavos toman a su cargo el trabajo en obras públicas, astilleros, transporte, servicios urbanos, minas cuando no levantan ciudades enteras. Así fue en el continente americano, actualmente en estudio en México.
La Historia se acelera
Naturalmente, su exacerbación en aras hegemónicas, traerá especialmente con Grecia y Roma, el sucesivo derrumbe de ambas, con la última, de la antigüedad misma. Cuando pueblos enteros son objeto de levas forzadas para integrar ejércitos contra nuevos pueblos a conquistar, y en las urbes imperiales por cada ciudadano libre hay varios esclavos dedicados a tareas domésticas, no productivas.
Por entonces el tributo se habrá reducido al mínimo, reemplazado por las exacciones y, de hecho, disminuida la producción agrícola por falta de brazos. Pero lo cierto es que Antigüedad conserva formas de comunidades, heredadas de la prehistoria. Hemos dicho, sin embargo, que aquellas entraban en disolución. Ambas cosas son ciertas.
Desde el punto de vista cuantitativo, la comunidad se conserva a lo largo del período y, con altibajos, dominante. Pero, al haber sido colocada bajo la autoridad de un Estado militar, teocrático y burocrático, su funcionalidad es otra: de más en más deja de aprovecharse de sus productos o del libre intercambio con otras comunidades para rendirlo al Estado.
Y, a partir de ese hecho, aun cuando su aspecto exterior por prolongados lapsos continúe el mismo, ha dejado para siempre, ser lo que era: una asociación libre y autónoma. Esto último, con el tiempo, irá haciéndose ver en la superficie. La comuna se empobrece, se arruina y finalmente es saqueada no solo en sus productos, sino en sus hombres.
Así, la comunidad primitiva de la prehistoria es negada por el tributo de la sociedad antigua, y éste, a su vez, es negado por el esclavismo de la misma sociedad antigua. ¿Cuál será el resultado de esta negación de la negación? Lo veremos en el estadio histórico subsiguiente, la Edad Media feudal de Europa.
Con estas salvedades, puede decirse que el contenido social específico de la antigüedad gira en torno a esta doble contradicción: tributario-tributado, esclavo-esclavista. En el primer caso, a más de la contribución en especie, los medios de producción pasan a manos del Estado. Las comunas, en proceso de desagregación, pierden la propiedad colectiva de la tierra.
Atrás queda la Antigüedad
En cuanto a la fuerza de trabajo, es proporcionada por los tributarios. Y, en el segundo caso, la clase de los esclavistas detenta los medios de producción, en tanto la fuerza de trabajo es rendida por el esclavo.
¿Por qué en un caso decimos el Estado y en otro la clase? Porque, arribado el esclavismo, clase y Estado pasan a ser dos entidades diferenciadas: el segundo es el aparato que sirve a la primera. En cambio, en la sociedad del tributo, la cúspide del Estado se confunde con la clase misma, extractora del plustrabajo, llámese faraón, mandarín o “clase” sacerdotal.
Y bien los tiempos corrían. Cuando el Nilo aglutinaba varios millones de seres, mientras en China se distribuían varias decenas de millones, significando la suma de ambos polos demográficos algo así como la mitad de la población mundial, las razones del asentamiento, geográficas, habían pasado a ser del florecimiento.
Tratábase del hombre, quien, ya dos o tres milenios antes de nuestra era, se había afirmado tras de dar nuevos pasos de gigante: arado, rueda, embarcaciones a vela, extracción de minerales, y su empleo como metales, matemáticas y astronomía dando luz al calendario, medicina, ingeniería, derecho.
A esta altura la productividad ya había dado un salto hacia adelante. Pero si así generaba más acelerados procesos de acumulación, éstos, junto al derrumbe sucesivo de los imperios, quedaban truncos. Por milenios pareció una maldición. Guerra y esclavismo, asociados, volvían las cosas a cero. Hasta que, aletargadas las civilizaciones asiáticas, el impulso histórico cruza el Mediterráneo. Grecia y Roma, a la vez que el fin, significan la culminación, arrojando las expresiones más altas de trabajo manual e intelectual, que llegan a darse en la Antigüedad.
Y lo que es más, ceden paso a una nueva plataforma geográfica, donde será posible una reconstrucción histórica de nuevo tipo, Europa.
Dos palabras aún sobre la personalidad social del esclavo. Coinciden en él fuerza de trabajo con instrumento de trabajo. El sistema ha cosificado. Nada le pertenece, tampoco su vida. Los romanos, quienes recogieron amplia experiencia, distinguían dos tipos de instrumentos de trabajo: los mudos, como la carreta o los útiles de labranza, y los que emitían sonidos, como los animales (de tiro y de carga) y los esclavos.
Y bien, precipitada por la caída de Roma a manos de los bárbaros en el siglo V, queda atrás la Antigüedad. No será la única vía. En vastas regiones, en continentes enteros, la sociedad antigua perdurará por largo tiempo, extinguiéndose en virtud de otros mecanismos que, en cierta manera, le reconocen filiación, en tanto el proceso histórico de punta pasaba por la caída de Roma y, consecuentemente, la feudalización europea.