Jóvenes viven encerrados en sus casas para evadir la violencia

Abner ya no visita el corral de sus abuelos en las afueras de su ciudad/Foto familiar.

Por Ramón Jiménez
Miles de adolescentes y jóvenes salvadoreños permanencen largas horas encerrados en sus casas al salir de la escuela o el colegio y los fines de semana se vuelven tediosos, muchas veces por falta de recursos económicos de sus padres o encargados, pero más que todo debido a la violencia.
Aunque hace solo algunos años las muertes violentas en ese país alcanzaron alrededor de 15 víctimas diarias (más de 4 mil al año) en su mayoría menores de 25 años, hasta el mes de abril de 2013 se mantenía en solamente 5 muertes violentas, según fuentes de la Policía Nacional Civil (PNC) de ese país.
Según la Oficina de las Naciones Unidas sobre Drogas y Crimen en el 2010 El Salvador ocupaba el segundo lugar en todo el mundo entre los países más violentos con 64.7 víctimas por cada 100 mil habitantes; cifra solo superada por Honduras que en ese año acumuló 82.1 muertos por cada 100 mil; números muy altos si se compara con Estados Unidos con 4.8 por cada 100 mil.
El ordeñador que ya no quiere regresar/Foto familiar.

Sin embargo, partir de este mes de mayo las cifras se han disparado de nuevo hasta llegar a 9 muertes cada día en la mayoría de los 14 departamentos del país, pero con mayor concentración en la región metropolitana de San Salvador con una población que suma más de 1.5 millones de habitantes así como en las ciudades más grandes.
“Los domingos salgo a jugar a la cancha porque me llegan a recoger a mi casa y sé que algunas personas que también juegan o son dirigentes en mi equipo, tienen seguridad que los protege”, dijo Abner un estudiante del oriental departamento de Morazán, quien en 2012 fue atacado por personas desconocidas justo afuera de su casa.
Romario, un amigo de Abner/Foto Familiar

Hace unas semanas dos jóvenes fueron secuestrados por desconocidos en la ciudad donde vive y hasta la fecha no han aparecido.
Aunque todas las mañanas tiene que viajar hasta la ciudad de San Miguel a estudiar Abner, de 16 años, se siente un poco seguro porque en el microbús que lo lleva todas las mañanas, viajan otros estudiantes que asisten a diferentes colegios. Al mediodía regresa a su ciudad natal. Eso lo ha estado haciendo por casi una década sin ningún problema.
Pero una vez llega a su casa es difícil que salga como lo hacían los jóvenes de su edad  en otros tiempos, en parte porque su mamá no le permite salir con tanta frecuencia.
“No salgo porque mi mamá no me deja salir, porque ella tiene miedo debido a la situación del país. En verdad no siento temor porque no ando haciendo nada malo y además siento que Dios está conmigo”, explicó Abner, quien asiste a misa católica los domingos y a cualquier celebración especial que tiene lugar en la iglesia de la población donde vive y luego regresa a casa. Mas que todo sale con sus abuelos o con su mamá.
De esa forma la mayor parte de su tiempo, aparte de hacer las tareas escolares pasa largas horas intercambiando mensajes a través de las redes sociales, donde muchos en la actualidad tienen un medio de diversión.
Atrás quedaron las apuestas con el juego de las chibolas, los divertidos capiruchos, trompos de madera, pelotas de trapo, barquitos y avioncitos de papel o el colorido papelote, que es el mismo que la poetisa Claudia Lars menciona en su poema Barrilete.
Alex visita a un amigo porque lo llevaron, él solo no sale lejos del barrio/Foto Ramón Jiménez.
También Alex, de 13 años, que cursa el quinto grado en la oriental ciudad de San Miguel, para escaparse del tedio que significa estar encerrado en su casa más el sofocante calor que caracteriza a esa ciudad, aprovecha después de salir de clases recibir instrucción gratuita de judo, natación y otros deportes y luego se dedica jugar fútbol en una cancha ubicada frente a su casa. Por la noche mira televisión, después de que le robaron su equipo para ver videos, que hacía cinco dias su mamá le había comprado.
De igual manera Oscar, de 17 años, es otro estudiante que reside cerca de San Martin, en las proximidades de la capital salvadoreña, quien para salir del encierro se ha enrolado en grupos juveniles que hacen obras sociales. De esa forma, si sale fuera de la ciudad lo hace junto con el grupo de compañeros, luego vuelve al encierro a divertirse con los juegos electrónicos que ofrecen las redes sociales.
 
 
 

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