La Educación Sentimental

Por El Lector Americano
(Virginia, 18 de septiembre de 2023)

En Europa, a los jóvenes cuando llegan a la adolescencia, sus padres los envían dos o tres meses de viaje a un campamento juvenil para que se aviven entre sus pares. A eso le llaman Educación Sentimental. En nuestro mundo (especialmente en Latinoamérica) eso queda en manos de los padres. La familia, que está generalmente compuesta por hombres, mujeres, niños, animales y vegetales, como los repollos, se re educan siempre. Pues bien, allí podemos encontrar un mundo dividido en fronteras, naturales o de líneas imaginarias, que conforman países. Cada país, a su vez, está dividido en provincias y regiones, y departamentos, y cada departamento (si eres de la media clase) son de tres ambientes (cocina, baño, sala y dos dormitorios), y el lugar más importante de esos ambientes es el dormitorio de los padres. Allí es donde se conciben a los niños, que después que nacen, crecen, se desarrollan y, al final del recorrido, dejan de ser niños, y algún día se mueren. Y ese niño es único porque no se vuelve a reproducir. Los clones aquí no van. Un ser humano único que es un hijo intransferible.

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Pues bien, una vez nacido “el hijo”, los padres ponen al niño al sol y este aprende a ver, a sentir, y se alimenta de los rayos solares y empieza a brotar como un pimpollo. Los padres también le enseñan los colores del mundo: el rojo pasión, el naranja o salmón hambre, el blanco “teta de monja” más puro que la leche. También le enseñan a oír: los pajaritos, los perros de la noche, el silencio de las hormigas, y si tiene interés, la radio, y entonces el niño aprende a oír e imaginar un mundo lleno de formas e imágenes por la retina del éter. Los padres también ponen la radio con cumbias y Vallenatos a todo culo, a todo volumen, y el niño no tiene más remedio que oír, ¡para eso somos padres! Porque el autoritarismo es parte de eso de ser padres y no amigos. Después esos mismos padres calientan una cuchara en un té recién hecho y lo acercan a la piel tersa y suave del niño. El chiquilín pega un grito y llora. Entonces el niño aprende a saber lo que es el dolor y aprende también a expresarse y hablar los rollos que tiene, e incluso a mandar a los padres al ¡recontra y recalcado carajo! El niño grita y los padres –si son astutos y no sacadores de vuelta– se quedan maravillados: así es cómo interpretan en cada grito del niño celestiales melodías.

Los padres aplauden y acercan nuevamente la cuchara caliente. Al rato, los padres se cansan. El niño, no sabe qué pasa, y sigue gritando porque le gusta que lo aplaudan. Entonces el padre lo acaricia. El niño se calla. Y allí el padre le enseña a ese niño que un día será padre, y que un niño acariciado por un padre será mejor esposo y padre que el resto. Porque la caricia de un padre a veces es parte de la relación que tendrá el niño, que marcará o no, para cuando él mismo sea hombre y demuestre con gestos el amor a su futuro hijo. La madre protestará porque el padre le ha sacado su protagonismo. El padre contesta que está en su derecho ser divino y eterno a través de su demostración de amor. La madre dice que el niño es de ambos, y sigue discutiendo. Al final, los padres del niño no es que se separan a raíz de esa discusión, pero a partir de ese momento –por mandatos y cultura machista que se refleja en la crianza de las madres– se empiezan a rechazar, y en muchos casos se odian para siempre, porque -en el mejor de los casos- hubo amor. El niño escucha a sus padres discutir y no dice nada. El niño está esperando la cuchara caliente, el olor a piel chamuscada, para volver a hablar. Para ser protagonista.

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Pasa el tiempo, los años, y los padres le enseñan al niño todo lo que saben. Incluso parte de la cultura que ellos mismos han mamado: le enseñan historia, español, química, lenguas anglosajonas, teatro, literatura clásica y realista, también de la abstracta, algo de semiótica, le enseñan las matemáticas y algo de astronomía por si le sale Marte. Pero no le enseñan nada sobre la muerte, ni el dolor de ser, ni el aburrimiento de un matrimonio de mierda, o de tener amigos distantes, y algo importante: no se come sandía cuando se bebe cerveza fría. Pero la muerte, la desafectación de este mundo, se lo reservan para el final. Pero, algo le dejan entrever. Porque cuando el niño pregunta, los padres se encogen de hombros, le dan evasivas. A veces el padre hace un gesto como si tuviera alas como los ángeles y apunta al cielo como si un día el mismo volará en esa dirección. El niño se ríe por el gesto del padre. El niño descubre que le están ocultando algo y siente un ligero cosquilleo. Es el miedo a la muerte. Pero cómo es neófito en esos asuntos sigue jugando.

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Otro día, uno cualquiera, los padres le enseñan al niño que no hay causas sin efectos, que no hay dos sin tres, (o la tríada del signo según Pierce) que no hay acción sin reacción, que no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria. Que no hay drogas sin demanda. También que no hay muerte sin miedo a la muerte. En esa etapa, el niño todavía confunde la muerte con el agua, quizás porque un día fue al mar y vio a un pescado ahogado. El niño cree que los peces son pescados ahogados y los muertos son lo mismo y piensa que todo se soluciona sin entrar al mar. La muerte acecha al niño pero él prefiere pensar en la vida.

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Los padres quieren un niño que tenga futuro, vanguardista, renacentista, por eso le enseñan francés, pintura, algún instrumento (piano, guitarra, flauta dulce, pero no corneta), algo de geografía, dibujo, y una página extraordinaria que está en la internet, El Ortiba. El niño ya lee y escribe, ya no es analfabeto. Asimismo, canta y dibuja, es un artista. Pero los padres le aconsejan estudiar algo más práctico. Y aunque a ellos les gusta contemplar los dibujos, y vuelven a aplaudirlo, tiene miedo a que el niño “sea los pobres”. Incidentalmente ese niño/adolescente es algo soberbio, y va por allí “sobrando” a los demás. Entonces un amigo de los padres les aconseja que deben enseñarle a defenderse, a los puños, pues si no, lo van a cagar a bofetones los matones de cualquier lugar. Los padres no creen en la violencia. Tampoco en qué hay que ser amigo de todo el mundo. Un día ese niño/ adolescente “sobra” al hijo de un albañil, y este lo deja “drogui” de un puñetazo. Ese día aprende una lección de vida: no puedes ir por la vida jodiendo a los otros.

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A los doce o trece años, los padres ya consideran que el aprendizaje del niño ha terminado. Que se ha forjado un carácter, que es el que tendrá toda su vida: si será gracioso o un chico serio; un buen compañero de curso o un sabelotodo que trabaja solo para él; un joven empático o uno distante porque el mundo no lo comprende: un padre de familia que criará a sus hijos sin ser excluyente o será un ¡recalcado y reverendo hijo de puta! clasista y racista.

También, a partir de ahora y hasta los 25 años, aprenderá qué la muerte está entre nosotros, siempre. Cómo cuando le dieron de tortazos y lo dejaron sin dientes en la escuela.

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Luego, o antes, y en un arranque de “bautismo de fuego” de sobrevivencia, los padres encerrarán al niño en el dormitorio matrimonial y se irán. El niño escuchará cómo se cierra la puerta del departamento, y el ascensor que se va con sus padres desde un sexto piso. Se pone a gritar y trata de abrir la puerta del dormitorio. Después busca una salida, trata de encontrar un agujero en la pared, y recuerda una bicicleta que tuvo, y desea que todo sea como antes, hasta que encuentra una ventana, y se alegra porque sabe que por allí saldrá. Piensa que lo van a aplaudir porque ha encontrado una salida, pero se encuentra al borde del vacío. Nada sabe de las alturas, no tiene ni idea del peligro. Se pone a llorar desconsolado y grita. Los vecinos lo ven al borde de una ventana. Todos gritan y algunos rezan. Durante cinco, o diez minutos todos tienen miedo. En esa situación el niño aprende que los padres no le enseñaron a volar. Que él no nació de un repollo. Que al final siempre estará a prueba.

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Años después el niño entenderá que el reino al cual tanto se refirió Cristo, “el cristiano”, estaba aquí a la vuelta de su casa, en la tierra. Que por eso lo mataron. Que por eso los niños/hombres son tan vulnerables. Porque cuando todo esté arruinado, y ese niño/hombre esté perdido en el camino que le enseñaron sus padres, la tensión del silencio será ruinosa, y ya viejo, en el final decai vida estará solo, y a su lado un Angel alado estará para recordarle cómo es amar, si es que alguna vez lo hizo…

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