La Nueva Jerusalén (Primera parte)

Teresa Gurza. 

Durante casi cuatro décadas el gobierno federal y sucesivos gobiernos michoacanos del PRI y del PRD, han consentido los abusos e ilegalidades de los jerarcas de la llamada Ermita de la Nueva Jerusalén, pese a denuncias de asesinatos, producción, consumo y tráfico de drogas, violaciones, embarazos forzados, cárceles clandestinas y extranjeros sin permiso para residir en México.

De tanto en tanto estalla la situación y se hacen reportajes; como sucede ahora, que con el pretexto de seguir una orden de la Virgen del Rosario, «que no quiere enseñanzas del diablo», destruyeron la escuela laica de la comunidad donde estudiaban 128 niños de primaria, 45 de preescolar y 40 en la telesecundaria.

La ermita, ubicada a la entrada de la Tierra caliente michoacana, a unos 20 kilómetros de Tacámbaro y dos de Turicato, es una vieja conocida mía.

Llegué ahí en 1981 enviada  por Manuel Becerra Acosta, director del UNOmásUNO, porque luego de leer una notita perdida en algún diario, olisqueó que era buen asunto y me encargó un reportaje.

Regresé años después en tres ocasiones, para hacer artículos para la revista Nexos y para La Jornada; y siempre encontré con una situación de locos que me daba risa; pero también, miedo.

Mi primera visita provocó estupor y en medio de regaños dos mujeres me despintaron las uñas, me cubrieron el pelo, que ahí es algo de lo más pecaminoso y si pretendía entrevistar a Papá Nabor  jefe de la comunidad debía estar decente, y me colocaron una falda larga con la que iba arrastrando polvo, porque ninguna calle estaba pavimentada.

La población de la ermita era de alrededor de seis mil personas, divididas en dos grandes grupos: consagrados y vivientes; que a su vez se dividían  en lirios, varones, monjes y sacerdotes si eran hombres; y monjitas, cortesanas, doncellas, margaritas, piadosas y pasionarias, si eran mujeres; el color de faldas y velos indicaba su rango y en cual de las seis colonias tenían sus casuchas.

Algunos hombres eran considerados «encarnaciones» de santos y ángeles, de modo que en pocos minutos de caminata se topaba uno con muchos miembros de la corte celestial, a los que los «vivientes» descalzos, mugrosos, pobres y sin gloria alguna, debían reverenciar.

Los «vivientes» pasaban los días en el atraso y la porquería, luchando contra las pasiones carnales, al margen de toda ley, obedeciendo a papá Nabor y sus secuaces con sumisión y rezando atareados el montón de rosarios necesarios para salvarse.

Para entrar a la ermita era necesario cruzar un puente encadenado, «frontera entre el mundo y la gloria», y resguardado por judiciales, que también rezaban el rosario.

Cantos, rezos, humo y un olor parecido al de la mariguana, salían todo el tiempo del templo, que los vivientes debían visitar siete veces diarias y del que era fundador y Sumo Pontífice Nabor Cárdenas, nacido en 1910 en Coalcomán, ordenado sacerdote en Morelia en 1935 párroco durante 20 años en Arteaga y Puruarán, y excomulgado en 1973 por el obispo de Tacámbaro Abraham Martínez, quién no creyó su cuento de las apariciones.

De entre los «consagrados»,  Nabor seleccionaba a los «pescadores», cuya misión consistía en recorrer las colonias pobres del país buscando adeptos que eran trasladados a la Nueva Jerusalén, tras ceder a Nabor sus bienes.

Se encargaban también de las peregrinaciones dominicales y de la anual del 7 de octubre santo de la Virgen del Rosario, cuando llegaban a la ermita hasta 500 camiones repletos que pagaban derecho de entrada y cuyos ocupantes debían comprar estampitas, mensajes de la Virgen y rosarios de cuentas de colores que al igual que todos, se colgaban del cuello.

Viejos taxistas de Puruarán me platicaron que Nabor empezó a construir la ermita en el cercano cerro de El Mirador, «pero luego nada pendejo, vio que la carretera no llegaba hasta ahí y la cambió…»

Cuando Nabor estaba de buen humor, los peregrinos de más recursos eran favorecidos con mensajes especiales de la Virgen del Rosario, cuya imagen fue pintada por una religiosa con las indicaciones de Gabina Romero, primer vidente y «vaso» de la virgen.

Los mensajes y respuestas que daban santos y hasta personajes de la historia eran increíbles; y variaban con las necesidades nacionales.

En la década de los 90 fue incorporado al elenco el general Lázaro Cárdenas; y su alma era sacada y regresada al purgatorio según convenía a Nabor y a los candidatos del PRI.

Ahí estuvo en su gira de campaña Víctor Manuel Tinoco Rubí, a quien oí pedir a papá Nabor suplicar a la Virgen que ordenara a los habitantes de la ermita, en su mayoría originarios del estado de Guerrero y sin credencial de elector, que votarán por él para gobernador de Michoacán; así lo hicieron.

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