La procesión de los Mamos

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Por Antonio Prada Fortoul

Un ente Territorial construyó en Cartagena de Indias una urbanización para dotar de vivienda a los asalariados de la ciudad, en un sector llamado El Socorro.

Durante la excavación se encontraron varias tinajas color ocre, cada una tenía en su interior un momificado cadáver en posición fetal forrado con fique rojo, con dibujos circulares, triángulos y líneas en una enigmática y sagrada geometría.

Sin saber el daño que hacían, destrozaron las tinajas buscando collares, argollas, tobilleras y elementos de oro que usualmente se encontraban en esas tumbas, profanando con picos y palas los momificados cuerpos de antiguos Mamos Caribe, irrespetando el sagrado reposo de estos sacerdotes cuyos cuerpos ubicados en mística triangulación, les permitía desde el Oriente Eterno cuidar la Madre Tierra.

Esa profanación requería un ritual para aplacar a los mamos que moraban en el Más allá. Sin embargo sobre ese terreno sagrado, construyeron las viviendas.

Un vecino llamado Blas, se percató del fenómeno al ser perturbado por agresivas sombras, era un isleño añoso, conocedor de lo oculto y había lidiado con muertos coloniales que eran los más malignos en los mundos densos de la muerte.

Desde el patio de su vivienda, inició un paciente trabajo para exorcizar los mamos del mas allá y hacer habitable el barrio donde pensaba vivir mucho tiempo.

Diariamente se reunía con esos espectros caribes. En una ocasión duró toda una noche quemando orobias y realizando milenarios rituales en su patio apelando a su conocimiento de lo arcano Se había reforzado con un Chamán de la Sierra llamado Silvestre que tenía conocimiento para alejar esos espectros del barrio.

A esa hora, una vecina despertó asustada por una recurrente pesadilla. Desde que recibió la casa, soñaba con montículos en los que Mamos caribes, ofrendaban con especias de clavo y anís en pilares de madera de los que emanaba humo de adormecedor olor que subía al éter con una mágica y suave fragancia.

Pudo verlos de frente y observó en esas miradas, una nobleza serena que tuvo la virtud de inducirla a mirar de cerca el ceremonial de esos hombres sabios.

En ese sueño alucinante, cuando se acercaba al oloroso altar de los perfumes, tropezó un pilar que cae al suelo terroso de coloración amarillo rojizo.

Los participantes en ese extraño y antiguo ceremonial, alarmados por la abrupta intrusión, imprecaron violentamente a quien había osado perturbar la ceremonia.

Asustada por la actitud asumida por estos sacerdotes a quienes solo veía en sus sueños, despertó aterrorizada gritando en medio de la noche.

Su esposo alarmado preguntó a su mujer: ¿Que sucede?

¡Una pesadilla! Respondió. El esposo dijo: “Traeré agua para que te serenes”.

No te preocupes dijo, voy a tomármela abajo y te traigo un vaso.

¡Como quieras! … contestó este.

La mujer bajó al comedor, tomo agua y llenó un vaso para su compañero.

Al dirigirse a la escalera para subir a su alcoba, escuchó una teoglosia similar a la de los yorubas cuando invocan a los Orishas en los claros de la manigua.

Se ocultó detrás de una columna desde la que podía mirar la extraña procesión.

La visión que tenía ante sí era espeluznante. Eran quince mamos caribe con sus característicos atuendos y multicolores collares de semillas sagradas, pecheras, narigueras, candongas y carámbanos de oro adornando sus pechos, marchaban lentamente entonando cánticos taironas iguales a los cantados en los túmulos funerarios de la sierra y en la tripuntualidad incólume donde desde su centro, adoraban al mar, al sol, la luna y las deidades de estos sabios ancestros.

Los marchantes la miraban adivinando el sitio donde estaba, entonaban una música enriquecida con milenarios coros, una percusión tamboril similar a los Irofá de los babalaos y el sonido encantado de las flautas cautivantes de múltiples orificios cuya música hechizaba. Lo que la aterrorizó, fue que los marchantes del más allá, flotaban en el aire manteniendo una formación perfecta.

La mujer aterrada, no podía gritar. Su esposo escuchó el embrujador silbido de las flautas, el coro musical, el armonioso compás de la teoglosia sagrada y mántrica entonada por sus ancestros, sonidos que llegaban como en sueños. Escuchó ese coro de hilvanadas oraciones de mamos del mundo espiritual, las voces de los antiguos taironas que vivían para siempre, como lamentos que llegaban a sus oídos en una lengua extraña. En su condición de iniciado en una Escuela del Pensamiento y de los misterios, se percató del peligro que corría su mujer.

Bajó la escalera y al llegar al último rellano, encontró a su mujer detrás de la columna, aterrorizada y en estado de shock, gemía entrecortadamente mientras señalaba hacia la ventana. El angustiado esposo se dirigió al lugar señalado y miró a los caminantes del más allá cuando se perdían en la distancia.

El sacerdote que cerraba la procesión se viró hacia ellos en posición de meditación trascendental. La mirada del hierofante caribe, era noble y serena, pudo percibir que toda esa semiología encerraba un extraño adiós para siempre.

Meses más tarde, al comentarle a Blas, me preguntó el día y la hora, al responderle, me indicó que era el ceremonial de partida de los sacerdotes que regresaban al más allá.

El Chamán de la Sierra Nevada, Silvestre Cienfuegos se convirtió en un asiduo visitante del barrio. En una ocasión estuvo en el realizando el último ceremonial y después de culminar este, jamás regresó. Había cumplido su deber.

Meses más tarde la familia referida vendió la casa y se mudó del barrio.

Antonio Prada Fortoul escribe desde Colombia

Fuente: ARGENPRESS CULTURAL

 

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