Crítica literaria: “La carta Bonsor”, de Emilio Morales Ubago

Por Francisco Vélez Nieto

 

La carta Bonsor

Emilio Morales Ubago

Ediciones en Huída

 

El autor de “La carta Bonsor” no está dedicado plenamente a la literatura, lo cual lo dota de una independencia de criterios juiciosa, aunque esto no significa que tras esta su primera novela por la calidad de aventura literaria que muestra, el futuro pueda conducirlo a una mayor integración en su apuesta literaria, junto a la amplitud de criterios que lo tiene vinculado en favor del desarrollo de un campo que tanto necesita de voluntades y pulso sereno, sin caer en ese escaparate cultural como el que se padece en este país actualmente. Y señalo la cuestión porque Emilio Morales Ubago colabora con intensidad y vocación en la Agrupación Cultural Amigos de Lora que, desde hace treinta años, desarrolla una labor amplia y continúa en favor de una cultura no meramente local.

La aventura histórica entre la ficción y la realidad, sustentada por datos históricos sólidos de esta novela, se inicia a comienzos del siglo XVI cuando “… corren tiempos extraños a medio camino entre Córdoba y Sevilla en la villa de Lora del Río que entonces contaba con una población de 700 vecinos que se reconocía como la más poblada de la zona de la ribera del Guadalquivir cuando atraviesa un clima de conflictividad política y social”, la necesidad de cambios que toda sociedad exige el propio imperativo de un progreso y desarrollo más equitativo.

Tras esta breve introducción la historia toma cuerpo en la Villa de Lora en abril de 1526, cuando en una noche en que “La luna en cuarto creciente apenas lograban iluminar dos sombras embozadas que atravesaban prestas las arcadas de la Puerta de Córdoba…” abusaba entonces el poder de su cargos “junto a las hambrunas que con las últimas sequías habían traído consigo, estaban provocando un éxodo vecinal”. La aventura entre historia y literatura ya tiene marcado el camino, cuando varios braceros por tierras de “la Sierra que linda con el “Infierno” de Guadalvacar, que discurre junto a Setefilla, “uno de ellos descubrió los restos de un derrumbe en una zona muy escarpada. Un derrumbe que al intentar despejar tanto pedrusco que impedía el trabajo” una corriente de aire silbante en un espacio libre que dejaba “entrever una oquedad que parecía internarse en la montaña bastantes pasos”.

La historia se va elevando, amplía su desarrollo, cuando corre el año 1926 en el Santuario de Setefilla, el histórico Bonsor (George Edward Bonsor, 30 de marzo de 1855 –15 de agosto de 1930), conocedor de antigüedades, pintor, arqueólogo, historiador y ceramólogo nacido en Francia, de nacionalidad británica y residente en España, vecino de Carmona y buen conocedor y descubridor de ricos yacimientos arqueológico, se convierte en el personaje que luce en el título de su novela.

La historia transcurre ahora por el siglo XXI adelantado de fecha en una Lora del Río de 2016, cuando el curioso, culto, inquieto y poco dado a lo acomodaticio Luis de la Barrera Ojeda, antropólogo de profesión, protagonizará el desarrollo de esta historia hasta su final, entre sorpresas y buen tino como el sheriff de “Solo ante el peligro”, en este caso ayudado, especialmente por un sargento de la Guardia Civil vasco llamado Javier Larraz agudo sabueso, cumplidor y honesto, que se presta a procurar descubrir el misterioso asesinato de Currito Cárdenas personaje inquieto y trotamundo que en sus últimos años ejercía el prohibido “oficio” de “pìtero”, que significa buscador y expoliador de yacimiento arqueológicos, algo que abunda en Lora del Río con más de un juicio por medio.

Asesinato que, como todo crimen, nunca resulta ser un hecho aislado y que quiere cerrarse como muerte natural, resulta extraño por lo que deciden abrir nievas diligencias, cuyos resultados obligarán a una nueva investigación, hasta lograr encontrar el hilo que puede llevar a la verdadera clarificación de los hechos y quienes pueden estar detrás, que no son otros que una especie secta secreta mantenida por un grupo de personas que vienen sucediéndose por herencia en la más absoluta clandestinidad desde hace cinco siglos, juramentados en un mismo destino que, cuando observan que pueden ser descubiertos, actúan con todas las consecuencias, para continuar manteniendo oculto, preservar el secreto del enigmático templo enclavado en las montañas de la Sierra Morena.

Estamos ante una novela de estructura ágil y amena, envuelta con un velo de misterio que la convierte en enigmática historia manteniendo la tensión con una trama narrativa de jugosa soltura, porque como expresa el autor “un escritor escribe sobre lo que conoce y, como dice uno de los protagonistas de la novela, “una aventura surge cuando se tuerce lo cotidiano. El terreno donde discurriría la trama ya lo conocía, pues me había criado en él”.

Francisco Vélez Nieto escribe desde España.

ARGENPRESS.Cultural

 

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