Desde Puerto Santa Lucía: El mar.

Por Mario Bencastro

Otro día empieza en Puerto Santa Lucía con la ruidosa maquinaria de los seres vivientes que tratan de competir con el estruendo del mar. Delfines y gaviotas suman su esfuerzo con agudos cánticos. Radios y televisores pregonan el fin del mundo según los mayas, bombardeos y tratados de paz.

Las tortugas guardan silencio. Los sonoros vozarrones de los buques de paso truenan en la distancia. ¿Qué transportarán esas enormes naves? Acaso objetos de consumo navideño de última moda procedentes del Lejano Oriente.

Tal vez una comunidad de ancianos obstinados en beber las aguas de la eterna juventud, persiguiendo la ruta del conquistador Juan Ponce de León, quien en 1513 surcó estos mares en busca de la mitológica fuente de la vida eterna, la que jamás encontró pero sí descubrió Florida. Siglos después un astuto empresario comercializó el mito y construyó un manantial en San Agustín, no muy lejos de Puerto Santa Lucía, bautizándolo como «La Fuente de la Juventud», una atracción para inocentes que vienen de todos los rincones del orbe a beber sus aguas, y emergen dos horas más viejos y con varios dólares menos.

A través del tiempo el mar ha sido surcado por las embarcaciones de grandes y pequeños imperios, y ha dado origen a mitologías en las que se le venera como una deidad, y su sonido representa un lenguaje sagrado.

«El mar como un vasto cristal azogado, refleja la lámina de un cielo cinc» (Rubén Darío)

El mar ha ejercido especial influencia en los poetas, empezando por Homero, cuya Odisea es inimaginable sin el agua; tampoco las aventuras de Emilio Salgari como Sandokán. Moby Dick no pudo haber sido concebida por Herman Melville en la ausencia de ese enorme y profundo manto cristalino. La bestial ballena blanca de Melville incluso inspiró «El viejo y el mar», de Ernest Hemingway. Recordemos a Sófocles, cuyo sueño era relatar tragedias en el anfiteatro, pero que su incesante tartamudeo le negaba esa gloria.

Decidió enfrentarse al mar, y con la boca llena de piedrecillas lanzó sus gritos y lamentos a las olas hasta desmembrarse la lengua, ofreciendo a ellas sus ensangrentados tartamudeos. El mar se compadeció de él y le corrigió el habla. Así nació uno de los grandes poetas trágicos que continúa asombrando a espectadores en todos los anfiteatros y tiempos con obras como «Edipo Rey», «Antífona» y «Electra». A la memoria también viene Alfonsina Storni quien, seducida por la espuma de las olas, se enamoró de Poseidón y a él entregó su cuerpo, su alma y su último verso, en Mar del Plata.

«Desde aquí veo el mar, tan azul, tan dormido, que si no fuera un mar, bien sería otro cielo.» (Alfredo Espino)

Otras mitologías narran personajes que han logrado andar sobre el mar, y que incluso han partido sus aguas. Tristes son las palabras postreras de Simón Bolívar, que describen el fracaso de su sueño a pesar de toda una vida de mortales batallas a favor de la libertad de sus hermanos: «He arado en el mar».

«Nuestras vidas son los ríosque van a dar en la mar» (Jorge Manrique)

Entre todos los ruidos de Puerto Santa Lucía, la voz del hombre es el más débil e incapaz de competir con el aluvión sinfónico del mar. Los argumentos maliciosos y falaces del político se atascan en la arena. Las palabras del anático religioso rebotan en las olas. La tinta de los tratados de paz a favor del más fuerte se diluye en el agua salada. Dicen que en el cementerio mueren las palabras; ante el mar, el esfuerzo gutural no llega a susurro; elocéano juega con el rimbombante verbo humano y le impone su gramática monosilábica.

El mar ha sido testigo de incontables imperios, navegantes, búsquedas y odiseas que no han logrado doblegarlo, mucho menos opacar su sinfonía triunfal, que noche y día se escucha en Puerto Santa Lucía.

© Mario Bencastro (El Salvador, 1949) es autor de obras premiadas traducidasa varios idiomas que exploran el drama de la guerra civil salvadoreña y ladiáspora de inmigrantes latinoamericanos en los Estados Unidos y Australia.

 

www.MarioBencastro.org <http://www.mariobencastro.org/>

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