Teresa Gurza.
¿Podemos celebrar el Día del Niño en un México donde millones de pequeños viven con hambre?
¿Podemos celebrarlo teniendo niños que en Chihuahua, Puebla, Oaxaca, Guerrero y Chiapas, para mencionar sólo algunos de los estados con municipios más pobres, se acuestan sin cenar y se levantan para desayunar únicamente tés de hojas y alguna tortilla?
Me parece que no podemos hacerlo, mientras persistan la miseria y la desigualdad que nos afrentan y debieran avergonzarnos a todos.
Pero al menos ahora la situación se ha reconocido; y se ha dicho que acabar con el hambre de millones de mexicanos será nuestro principal reto.
Ya lo dijo Lula, “combatir la pobreza paga”.
Pero advirtió que sólo podrá hacerlo con éxito, quien la ha sufrido; y que lo experimentado cuando era niño y en su familia se iban a la cama malcomidos y sin cenar, lo llevó a hacer de la meta de saciar el hambre de los brasileños el motor de su vida.
Lula aseguró que la lucha contra el hambre y la pobreza ha sido una inversión que resultó clave en el crecimiento de Brasil.
Y podemos ver que los avances no han sido sólo en crecimiento económico, sino también en la salud física, psíquica y mental del pueblo brasileño.
Hace ya mucho, que se probó científicamente que la desigualdad afecta a toda la sociedad; que comienza desde antes de nacer y que se va incrementando a partir de que los bebés cumplen diez meses de vida.
Pero descubrimientos recientes, indican que los traumas en la niñez –y no hay mayor trauma que una vida con hambre y todo lo que eso acarrea a la desestabilidad familiar– alteran el cerebro y las conductas sociales; y predisponen al crimen y a una personalidad impulsiva.
Una investigación hecha en la Escuela Politécnica Federal de Lausanne, Suiza, demostró que el trauma en la infancia produce sufrimiento sicológico y provoca cambios cerebrales, relacionados con futuras conductas agresivas.
Los golpes reiterados, el abuso, la violencia sicológica, el hambre, el abandono o la muerte de un ser querido, tienen en común el que producen miedo en los niños.
Y ese miedo, si es repetido, lleva a la agresividad en la adultez.
Antes de este estudio no se había podido encontrar un vínculo neurológico directo entre traumas infantiles y conductas adultas.
Pero los científicos suecos lograron que hoy se sepa con certeza, que «el estrés intenso en la niñez es capaz de alterar genes y programar el cerebro para predisponerlo a una mayor impulsividad en su etapa adulta”.
Y que cuando una persona con una infancia normal enfrenta situaciones difíciles, en su cerebro se activa la corteza orbitofrontal encargada de inhibir las reacciones agresivas; mientras que en las personas con niñez traumática, esa zona casi no funciona y a cambio se sobreactiva la amígdala, vinculada a reacciones emocionales impulsivas.
Así que al problema del hambre actual de nuestros niños y a su diario sufrimiento, se agrega el de su violencia futura;
Además de que estarán más propensos a sufrir depresiones y caer en el alcoholismo y la drogadicción.
Y ni siquiera existe la posibilidad de que una buena educación pueda atenuar esos efectos; porque los más pobres, son los que peor y más deficiente educación reciben.
En lugares serranos de Chihuahua, y en otras zonas indígenas de nuestro país, los niños ni siquiera pueden comunicarse con sus maestros; “porque los profesores les dan las clases en español y los niños no les entienden nada”.
La situación la conocen las autoridades; y también saben de las pésimas condiciones en las que funcionan los albergues para esos niños que pasan hambre, que con dificultades aprenderán a leer y escribir y que posiblemente serán adultos violentos.
Y todo eso sucede, porque reciben sólo migajas del presupuesto nacional.
Es urgente y necesario que las cosas cambien; y replantear políticas públicas que puedan mejorar la vida de los niños desde que nacen.
Si no se actúa a tiempo, no servirá de nada; la brecha entre niños pobres y ricos de agudizará, y celebrar el Día del Niño seguirá siendo en México, una farsa.