El fin de la Diplomacia 

Foto cortesía.

Por El Lector Americano 

Túnez, 4 de mayo, 2022.- No es un descubrimiento, ni mucho menos, pero desde algunos años me vengo dando cuenta que la diplomacia es un espacio apto para los que saben callarse lo que piensan, y si no piensan, mejor. Una profesión para conservadores, discretos o expertos en hablar sin decir nada. Pero sobre todo es para los que saben guardarse su mundo interior, los que se visten, maquillan, y le ponen brillo y gel a sus demonios y se llevan bien con un traje. Y aunque cueste creerlo, tampoco es una labor de comiditas, caviar, y vino del bueno: no, porque es un trabajo que puede ser solemnemente aburrido y cada palabra que se escape puede que aparezca en las redes, en Facebook, del tipo…: “El funcionario Y… de Laponia opina que los del país vecino son re desagradables …”, y para desgracia de Y… quien fue quién pronunció esa sentencia, sea cónsul o embajador, desde ese mismo momento tendrá que empezar a redactar informes y contra informes de lo dicho, claro, siempre después de cinco whiskys sin soda.

Le Monde Diplomatique es un mapamundi antropológico donde cada servicio exterior del mundo de hoy (incluyo organismos internacionales tipo FMI, ONU, Comunidad Europea, y de los otros, que es donde hoy se corta el bacalao), está lleno de gente rara aparentando ser normal. Personas anómalos, atraídas por los viajes, la chance de vivir afuera, (viviendo de arriba y ahorrar por supuesto), y aprender idiomas, para conocer de cerca el síndrome de Ulises. O personas con cierta desconexión de las fuentes, como lo son diplomáticos de países pobres, latinoamericanos, con personajes que pululan el mundo diplomático para ver si enganchan una rubia con pecas, o al revés igual. Que visten sombreros panamá y traje blanco de lino, por los trópicos Sur/sur, Norte/norte… y que se han hecho una colección de arte africano o del lejano oriente para su lucimiento personal. Y esto no está mal, no quiero ser majadero. Y es que el asunto se pone dulzón cuando tu les hablas en español, y estos tipos ajenos a la realidad de los países del cual provienen, solo te responden en francés, inglés o tunecino.

Por eso es que (ahora lo sé) esta no es una carrera para escritores, cartógrafos, etnógrafos, cronistas, ni tampoco para dueños/as de casa, o personas que se dedican a decir lo que piensan. Tampoco para diplomáticos como los personajes de Graham Green. Como aquel Embajador que conocí en Vietnam, que increíblemente hizo carrera, y fue expulsado por beber como carretonero, por meterse en camas ajenas y por dedicarse a tomar notas para algún futuro libro de lo más mordaz jamás dedicado a la diplomacia. O como el Cónsul de un país de vacas y mucho campo …, un tal Rivera Basualdo, que en realidad era embajador plenipotenciario en un lejano país africano, que duró algo más, no porque bebiera menos, sino porque se concentró en vender visas y pasaportes, “como gestión cultural” —decía él—, a gente que no tocaba ni la corneta ni el timbre. En fin, era un gestor de gestiones retorcidas, qué como se sabe, está más cercano a las rarezas de intercambios (por diez mil dólares), incluso con el tercer tipo.

Pero también tenemos la buena diplomacia. No seamos cabeza de termo. De esa que marcó a tinta, medallas y copete a las embajadas de allá y de acá, con tipos que sí hicieron la diferencia en este mundo de tedio. Me refiero específicamente al querido Pablo Neruda, ese rara avis chileno, que arrancó como perfecto caballero de traje, dos idiomas y escribía poemas desesperados, que además de comunista (sin partido como Lenin), y que en su juventud supo vestirse de capa y de negro, porque era un POETA, hizo un gran aporte al sosiego del mundo que le tocó vivir. Pues bien, se dice que como diplomático fue un gran poeta, no solo porque gustaba su parsimonia adonde iba, sino porque tenía un club del vino que, otros como él, no sabían por dónde arrancar. Fue pro cónsul, cónsul o agregado cultural, y más tarde embajador, y donde fuera que estuviera daba recitales en vivo, con vaso de vino en mano, y en compañía de las élites diplomáticas más rancias del mundo, mezclados con socialistas, y dirigentes obreros, para mejorar el maridaje (también del vino) y buscar después de hora, acuerdos. Y aunque esta práctica era algo totalmente inaceptable en un diplomático de verdad, lo mantuvieron en carrera porque le daba prestigio a un país del fin del mundo que exportaba vino, cobre y poetas, en un mundo extraviado y menesteroso. Casi como hoy.

Lo notable es lo que su carrera duró un largo rato: Argentina, Java, Singapur, Ceilán, Barcelona, Madrid, y en Paris. Testimonios dicen que trataba lo menos posible de visitar el Ministerio de Relaciones Exteriores chileno que, de última, lo dejaban porque donde iba Neruda la prensa lo seguía. Recuerden, Chile era sinónimo de terremotos, vino y cobre. Y eso aportaba. A fecha de hoy El Poeta sería como un “influencer” pero culto. No un oscuro funcionario metido a diplomático sino un literato de carrera metido a diplomático, de esos que editan y publican, también profesor de francés del pedagógico, que en un principio pagó el derecho de piso sellando visas en los consulados de Rangún. En esa época era un Neruda madrugador, que estaba siempre impecablemente vestido y sabía todo sobre rangos y besamanos. Ahora, que parara cada noche en casa de Rafael Alberti —cuando lo destinaron en Madrid— o conociera lo mejor de la vida nocturna parisina –cuando le tocó Francia– era pura casualidad se decía así mismo para sus adentros. Como esa parte de él, o cierta tradición patibularia de gentes desarraigadas, como parte del lado “cultural” para representar a su país, es verdad, hoy por hoy sería mal visto. Pero así, pese a los encontronazos, las resacas y la mala cara de sus jefes, El Poeta duró y viajó. Después de todo, era culto, respetado, y muchas veces pedido por presidentes de avanzada o izquierdistas que compraban productos de Chile, y eso cuenta mucho en el oficio.

Lo que fue quedando claro con los años es que no llegaría al tope de este mundo de las relaciones exteriores, o las relaciones carnales como también se le conoce. Neruda jamás se vestiría con el tradicional uniforme y la faja tricolor como ministro o canciller del país. Para cuando germinó esa idea, Pablo Neruda se estaba haciendo seriamente conocido, y después le dieron el Premio Nobel, y pronto, desgraciadamente vino el golpe de estado que generó la ola de odios y rencores hasta hoy. ¿Y por qué no renunció? ¿Qué hizo que siguiera de funcionario cuando medio mundo recitaban sus poemas y Pablo Picasso le llamaba para pintar algunos de sus poemas? ¿Qué le hizo pensar que podía seguir dando recitales de poesía, transformarse en jurado, y seguir siendo diplomático? El misterio lo reveló el mismo un día en Paris, cuando confesó que su figura podría ayudar a sacar al país de la crisis económica y social, después del boicot internacional y de empresarios de chile. Que de última la fórmula poeta/ humanista/funcionario podía funcionar y que el servicio exterior se aprovechara eso, que era cuestión no lo echara y listo. Que no no solo se debe ser pragmático en tu vida, sino también tener sentido común, y pensar en el país.

Pero pasó lo que pasó, y vino el golpe de estado y ya sabemos. A la derecha fascistoide les tomó años cerrar esta incoherencia: la de un poeta, y comunista, como representante de un país más bien conservador, y cuando lo hicieron, fue a la manera militar. Pero recién en 1976, a tres años del golpe y en la etapa más siniestra de la dictadura, a todo vapor y con un decreto, la cancillería chilena borró administrativamente de los anales diplomáticos a Pablo Neruda, después de muerto. Con una nota ad doc: que era un indeseable y un impresentable. El poeta, por suerte, ya estaba en el cielo, dando un recital junto a los dos Pablos: Pablo Casals y Pablo Picasso, quienes como sabemos se murieron el mismo año. Y como todo gran artista, lo que siguió después de oscuros años de terror en Chile, fue la verdadera venganza poética de que se dice, pero en este caso fue literal: la liberación de Neruda y su florecimiento poético en el mundo, y que culminó cuando fue inaugurada la Fundación Pablo Neruda en el invierno de 1986. En Chile.

Pues bien, de todo esto me acordé en estos días aquí en Túnez. De cómo es qué hay hombres que trascienden a los formalismos y contienen los conflictos con su prestancia y sinceridad alterna para mantener la paz en este planeta perverso. Digo, no sería delirante que en vez de tanto altos funcionarios en los cuerpos diplomáticos, casi todos economistas o abogados, se le sumaran más humanistas para que la gestión no se bandeara tanto, quizás sería un plus más plus. Porque ahora ya sabemos que si tipos como Putin o Zelenski hubiesen llamado a sus huestes a un Neruda, o un Octavio Paz ucraniano o ruso para arreglar el entuerto de hoy, cuánta sangre se hubiera evitado. Que un diplomático, con vaso en mano, contagie de buenos deseos la cultura de cada uno de esos dos países en conflicto, a nivel global, supongo, supongamos, hubiera logrado bajarle un cambio a esta situación muy regional, pero que se está convirtiendo en un desastre global.

No es la diplomacia, me digo, la que hace mal al entendimiento del mundo de hoy, tampoco son los tecnócratas que pueblan los ministerios, (un privilegio por el que más de un obtuso hecho y derecho le habrá jurado maldición eterna a otro país), o como dije al principio, tampoco este mundo diplomático de gente rara aparentando ser normal son lo que hace la no diplomacia. Incluso lo que no dicen nada o que creen representar a su país callándose la boca. No, no es ese el problema. El problema es la ausencia de ese talento que tenían algunas personas que pusieron su prestigio al servicio del mundo. Escritores, poetas, artistas que escriben o componen por un mundo mejor. Que escribieron contra la guerra, o la colonización del páramo de la desigualdad en el mundo y transformaron en acuerdos –vaya uno a saber cómo, o con qué alquimia disciplinada y furiosa– el teatro de posibilidades inverosímiles, pero cierto, y destrabaron los conflictos de su tiempo. Pero mientras me digo esto, alguien en una sobremesa –alguien que escribe, alguien que está libre de responsabilidades– habla desde un programa de EuroNews que debiera bloquearse el acceso a Internet durante un tiempo a los pueblos en conflicto. Que la guerra ucraniana es irreversible. El conductor del programa, dice (arqueando sus cejas se le ve la euforia típica del que se las sabe todas, para quien sólo la privación y la muerte es fuente de posibilidades nuevos programa de Tv), que la situación en Ucrania va para peor. Y nos vamos a un corte con un cartel que dice: Freedom. En fin, gente rara aparentando ser normal, pero ahora en tv.

Y esa mesa de noticias de EuroNews me traslada a un gabinete ministerial desde donde se redactó, y salió, el telegrama de despido de Pablo Neruda después de muerto, cuando el país estaba todo cubierto de sangre. O ese mundo sin swing como hoy.

 

 

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