Nacido en África

El exfutbolista Gerald Asamoah. Foto: buzzghana.com

Por Alfonso Villalva P.

A quien migra hoy, al Mediterráneo, a donde sea…

Dicen por allí que el fútbol es lo más importante de lo menos importante. Hay detractores del fútbol que le llevan a una satanización extrema dándose aires de intelectualidad y reduciéndolo a un pasatiempo frívolo y sin sentido.

Pero hay, también, otra forma de comprender este maravilloso deporte más allá de tus aficiones, arritmias y shocks provocados por los nervios que surgen al filo del minuto noventa, o en una tanda de penales. Hay una suerte de reflejo en una cancha y en una tribuna, de lo que somos como sociedad día con día.

Era el mes de mayo de 2001 y contra todos los pronósticos, y la férrea tradición teutona —férrea, por llamarle de alguna manera a la inflexibilidad—, contra ella y los pronósticos, decía, saltaba a la cancha del estadio de Bremen, Gerald Asamoah vistiendo la camiseta nacional de Alemania.

Asamoah saltaba a la grama en un partido contra Eslovaquia, rompiendo así, como lo hizo con las redes posteriormente, un paradigma del fútbol alemán que mantenía como seleccionados solamente a los jugadores considerados comúnmente como parte de la etnia germana, del paradigma de una raza de piel blanca como la leche, pero particularmente nacida en la tierra de las glorias de sus ancestros en la porción más septentrional de la Europa continental.

Fuera de un par de excepciones aisladas y francamente irrelevantes, era el primer jugador de raza negra, nacido en África, que integraba con peso específico al representativo nacional. Un germano nacido en Ghana, que hablaba, escribía y pensaba en alemán.

Un augurio para Francia, Italia, Japón, en fin, tantos otros países que conforme los años pasaron, abrazaron la diversidad étnica, pero sobre todo, acogieron al migrante en la máxima expresión de identidad futbolística como es la selección nacional.

Una realidad que llegó para quedarse, a veces espontánea como el caso de Asamoah, a veces como una gran oportunidad de desarrollo, y otras tantas dirigida, hasta forzada, como el caso de los jugadores cuyo talento es descubierto en países no desarrollados para explotar su dotes en grandes y lucrativos circuitos.

Para la selección alemana de fútbol el hecho representaba, imagino yo, algo parecido al debut de Jackie Robinson en las ligas mayores del béisbol, o Jesse Owens, el velocista de Cleveland, que se montó al podio en 1936, en las mismísimas narices del malogrado Tercer Reich.

Un momento sin duda histórico, en el que cambiaba para siempre la manera en la que entenderíamos la conformación de las selecciones nacionales, a partir del hecho cierto e ineludible de la migración, la fusión étnica y cultural. Momento histórico, sí, pero no feliz para todos, ni apreciado por la resistencia a lo diferente, la aberrante discriminación, el miedo a lo ajeno.

Miles de aficionados siguieron –y siguen- insultando desde la tribuna a los jugadores procedentes de tierras exóticas cuyo color de piel, religión, idioma o comprensión de la vida es distinta a la divisa que da la localidad.

Escupitajos, epítetos, agresiones físicas. La masa enardecida y envalentonada en el anonimato contra Hugo Sánchez, Marcus Rashford, Bukayo Saka, Felix Torres, por mencionar solo algunos.

Muchachos soñadores que frecuentemente aportan mucho a su equipo por noventa minutos, pero más a su afición, a los niños seguidores y pertenecientes a los colores del equipo y que por su inspiración, eludían las drogas, el alcohol, el vandalismo o el robo a mano armada, para practicar la “huguiña”, por ejemplo, o soñar con meter el gol decisivo, alzar una copa, besar una medalla… Muchachos discriminados que de haber claudicado jamás hubiesen desarrollado todo su potencial traducido en colectivo.

Dicen por allí que el fútbol es lo más importante de lo menos importante, tan importante como nuestro reflejo mismo, nuestro testigo de vicios perniciosos y a veces acciones loables, encomiables.

Tan importante que nos acusa de lo que hacemos todos los días, por ejemplo, con esas personas que han nacido en otros lados, hablan un idioma, o con un acento, exóticos y que llegan a nuestras vidas en la zozobra de una lancha, al interior asfixiante de un tanque de una pipa, cruzando a pie un desierto o a bordo de un tren de la muerte como la Bestia…

Huyendo de gobiernos incompetentes y de la violencia impune, o de quien sea, pero con el derecho humano legítimo de encontrar sentido a su vida, un sueño añorado, un terruño de paz para sí y su descendencia.

Sí colega, hay veces que el fútbol es mucho más de noventa minutos y lo que agregue el árbitro…

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