Secreto oculto más de un siglo

Por Teresa Gurza.

Hace ocho días les platiqué del Palacio de los Gurza, en donde está hoy el Museo de Historia y Arte de Durango; ahora escribiré del Palacio de Escárzaga, sede del Museo de la Ciudad.

Ahí creció mi abuela Teresa, porque perteneció a su padre mi bisabuelo Pedro Escárzaga Corral, hombre originario de Santiago Papasquiaro y de gran atractivo físico, abogado, comerciante, minero y político.

En un texto de Javier Guerrero Romero, leo que alrededor de 1898 Pedro emprendió la edificación de su bella mansión contratando al más prestigiado constructor establecido entonces en Durango, el ingeniero Estanislao V. Slonecki; quien diseñó y dirigió esa majestuosa residencia que es copia exacta de un hotel francés y tiene elementos ornamentales griegos en sus fachadas, puerta levadiza a la entrada y hermosa herrería tanto en los balcones como en el interior; y a la que se mudó en 1901.

De acuerdo a lo que oí de chica, mi bisabuelo era tan prepotente que cuando en 1905 su hija Teresa se casó con mi abuelo Rafael Gurza, mandó pavimentar con lingotes de plata el espacio entre su palacio y la iglesia que quedaba a una cuadra, para que la novia no pisara el suelo; y porque no quería parecer menos rico que sus consuegros.

Como nieta mayor de mi abuela Teresa que murió por el embarazo de su quinto bebé, heredé además del nombre algunas alhajas de La Esmeralda y una banda azul del Colegio del Sagrado Corazón con sus flecos de hilo de oro aún impecables y que para emoción de mi papá, usé el día de mi graduación..

Tenía ella ya cuatro hijos, cuando en1917 una reforma urbana emprendida a iniciativa del entonces gobernador Gabriel Gavira, ordenó demoler diversos edificios públicos religiosos y privados; entre ellos, una parte del Palacio Escárzaga.

La familia tomó el decreto como agresión directa del militar, y mi bisabuelo se negó a acatarlo.

Su yerno, mi abuelo Rafael, me platicaba que seis días después de emitida la orden, llegaron empleados del gobierno a exigir a Pedro que saliera de su casa; y como no lo hizo, el 16 de febrero de 1917 subieron al segundo piso, cargaron el sillón donde estaba sentado y lo bajaron con él encima.

Con la sorpresa de que al depositarlo en el suelo, vieron que estaba muerto; la indignación por lo que consideraba un atropello, le había provocado un infarto.

Nadie quiso saber más, de ese lugar donde murió su patriarca tan trágicamente; y once años después, el palacio fue embargado por el Ayuntamiento para garantizar el pago de los impuestos que habían dejado de liquidarse; y el 30 de junio de 1928 fue rematado en 25 mil pesos oro.

Catorce meses más tarde, los nuevos dueños lo ofrecieron en venta al municipio; que sin presupuesto para adquirirlo lo pasó a otro comprador, celebrando un contrato de arrendamiento con opción de venta y un par de años después, pudo comprarlo.

Inmediatamente se iniciaron los trabajos de acondicionamiento y reconstrucción de la fachada; y desde 1930  hasta el año 2008, ese edificio que se conserva majestuoso e imponente como uno de los inmuebles de mayor valor del Centro Histórico de Durango, fue sede del Palacio Municipal.

Actualmente como Museo de la Ciudad contiene cinco salas que forman el Museo de las Culturas Populares; y en el cubo de la escalera el artista Francisco Montoya de la Cruz, pintó la historia de Durango desde su fundación hasta la actualidad.

Mi abuelo y mi padre murieron antes de saber un secreto que seguramente no les hubiera gustado, pero que tal vez les hubiera aclarado la razón de la muerte súbita de su suegro y abuelo, que como dije antes atribuyeron al enojo por verse despojado de una parte de su casa.

Pienso que en realidad no murió por corajudo; sino por el dolor de abandonar ahí, los restos mortales de dos personas a las que adoró.

Porque resulta que durante las excavaciones hechas en su palacio, se encontró en el aljibe y muy bien cubierto un mural que los trabajadores llamaron, «La señora de las almas».

Este mural de tres metros ochenta por uno veinte, tiene una muy romántica y triste historia; y de acuerdo con los datos históricos disponibles, no aparecía registrado en los planos originales de construcción de 1902.

Y es casi increíble que tras 111 años, el palacio haya revelado su tesoro; y fue casualmente, porque al observar que en el aljibe había una rara y enorme mancha de colores ocre, se mandó limpiar; y quedó al descubierto la imagen de una mujer sosteniendo entre sus brazos a una pequeña de unos tres años que al parecer representa a la niña Alondra, hija natural de Pedro y ahogada accidentalmente en 1899.

Se ahogó también ese día su madre Margarita; de la que se dice fue el gran amor de Pedro y que al ver caer a su hijita, se echó al aljibe en un afán por salvarla.

Sólo una nota de enero de 1899 en la prensa local, informó del  accidente ocurrido en la construcción del Palacio de Escárzaga.

Y únicamente los más cercanos se enteraron de lo que realmente había sucedido, porque mi bisabuelo exigió silencio a todos sus trabajadores; y mandó eliminar cualquier rastro de ese aljibe ubicado en el tercer patio de su casa.

Cuando supe del mural, me quedó claro que su oposición al decreto de expropiación fue para no separarse de los restos de su amor clandestino y de su hijita; cuyos cuerpos quedaron ahí sumergidos.

Y que ahora algunos veneran como protectoras de las almas de ahogados, cuyos cuerpos no pudieron ser rescatados.

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