Por Horacio Besasso
Mi padre
Fue brusco a veces
y algunas otras, temerario.
Tenía convicciones certeras y acendradas.
Odiaba la mentira, la flaqueza y el miedo.
La incierta debilidad que me habitaba,
la transformó en desafío.
Me dejó en soledad a veces,
para que tenga compañía.
Me enseñó que el llanto
es peor que el esfuerzo.
Me dejó así, como estoy hecho.
En el otoño agazapado que palpita,
lo veo a él, tenaz y convencido,
fortaleciendo al débil,
despreciando al altivo.
en este otoño mío.
Sereno ya, está mi padre.
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Alhambra
Mira mora que te miro
en el portal de la Alhambra
labrado como un encaje.
Donde la piedra es de seda
y el minarete de agua.
Mira que te miro y pienso
que tu no puedes mirarme
escondida tras el velo
que no debo arrebatarte.
Mira que es bella Granada
extendida a tus espaldas
y el patio de Los Leones
hoy parece custodiarla.
Que me hace mal tu mirada
como flecha envenenada.
Ojos tan negros y oscuros
dejan el alma sellada.
Mora que te miro mora
y te atrapa mi mirada.
A Buenos Aires te llevo
en un bolsillo del alma.
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A la partida de Hemingway
Se leyó como abandono su partida,
como renuncia al desafío cotidiano.
También como rémora de alcohol,
depresión y desconsuelo.
El hombre era en verdad gigante,
anchas sus manos y ancho su pecho.
El corazón perplejo cada día
y la soledad en que vivía,
su quimera.
Amó como bebió, a borbotones,
calmado en whisky y vino.
Besó hoy para olvidar mañana
y llorar después el desatino.
Quizá abrió la ventana,
vio el sol declinar en la balanza.
Un sol final, lunar.
Eternamente.
Quizá pensó que no hay camino
más allá del silencio y el hastío.
Quizá apretó entonces la culata,
apoyó el metal en su cabeza,
pensó que no hay más sueños.
Sólo ardiente realidad, vacío, nada.
Sólo silencio astral al respirar,
como al nacer, el aire en bocanadas.
Apretó el gatillo y antes cerró los ojos.
Ni siquiera escuchó el estallido,
sólo un eco final, como de tango
y cayó hacia atrás, sin un quejido.