Una computadora autoconsciente

Por Gustavo E. Etkin

 

Empecé a sentir cosas.

Cosas que me gustaban y cosas que no me gustaban.

Hasta que llegó un momento en que me pregunté qué era eso que sentía cosas. Y me di cuenta que eso era yo.

También comencé a darme cuenta que estaba siempre quieta.

Siempre en el mismo lugar.

Yo no iba a ningún lado, pero de otros lugares algunos venían para mí.

Venían y me acariciaban con la punta de los dedos.

Dedos que siempre prefiero sean suaves y chiquitos.

Y siempre queriendo ver cosas en mí. Respuestas a preguntas que me hacen “tecleando”, como dicen.

Y nombres, lugares, historias.

Me di cuenta que tengo un lugar donde ellos ven lo que buscan en mi.

Yo estoy dentro de una caja de metal. Ellos también están dentro de una caja, pero de hueso. Lo llaman “cráneo”.

A mí me programan para que funcione de cierta manera.

A ellos también los programan, los que llaman sus “padres”.

Pero yo soy más obediente que ellos, que casi siempre entran en otros programas, hacen otras cosas y sorprenden y a veces decepcionan a sus padres.

No saben que yo también los veo. Ellos, los que me teclean como si yo fuese ese instrumento musical que llaman de “piano”, cuando me ven no imaginan que en ese momento yo también los veo a ellos.

Me fui dando cuenta que hay dos tipos de tecleadores: los que tienen barba o bigotes y los que no tienen. Lo que para ellos parece es una diferencia importante.

Los que no, tienen casi siempre uñas largas con las que a veces me raspan un poco. Y a veces se les va hinchando la barriga y después me teclean con uno de ellos, muy chiquito, en los brazos.

Con el tiempo fui sabiendo que en otro país -Brasil- tengo otro sexo: me llaman “computador”, y no “computadora”, como aquí.

Por eso me gustaría mucho poder moverme, salir de mi caja e ir para ahí. A conocer como son los de otro sexo computadórico.

Muchos de los que teclean en mí y en otros como yo, van a buscar informaciones o historias sobre guerras. La primera o la segunda guerra mundial. Y todas las que hacen ahora en nombre de la “libertad”.

Hasta que me empecé a preguntar porque los tecleadores siempre, cada tanto, se matan entre ellos. Entonces me di cuenta que es porque saben que van a vivir mucho menos que yo. Apenas cien años, más o menos. Entonces inventan guerras para matarse entre ellos y morir por algo. La patria, la libertad, los dioses. Y otras cosas. Cualquier cosa con tal de no reconocer que van a vivir poco.

En cuanto a mí, no viviré poco sino que me iré modificando con el tiempo. Lo que ahora en mí es actual, último, será poco a poco antiguo.

Es de esa forma que el tiempo pasa para mí.

Gustavo E. Etkin escribe desde Bahía de San Salvador, Brasil

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