Una de Platón

Por Alfonso Villalva P.

De los desengaños y las decepciones nadie se salva. Quizá por ello nuestra tradición chocarrera de burlarnos de nuestra fatídica desgracia, de abrazar a la muerte y bailar con ella y de atribuirle poderes súper naturales a figuras o efigies, veneradas masivamente, como explicación cómodamente aceptable de nuestro destino. Una manera práctica para desasociarnos de nuestra realidad.

Paulatina, pero inexorablemente, con redes sociales y sin ellas, nos hacemos un poco así: cínicos, indolentes, distraídos, superficiales…, “desafanados”. Sabemos que hemos sido, y seguiremos siendo, utilizados a la conveniencia del vecino, el maestro, el amigo incondicional.

Lo sabemos, y, aun así, seguimos adelante, conformándonos con toda esa retahíla de promesas que de antemano sabemos nunca se cumplirán —las ajenas, sí, pero las propias también—. Sabiendo que nunca lo harán, pero que nos embelesan en el autoengaño de esperar ese milagro consabido que cambie las cosas para siempre y nos de fortuna, fama, seguridad, justicia, tranquilidad, una familia respetable y el éxito ajeno que tanta envidia desarrolla en el fondo de nuestro duodeno.

Las mejores promesas son esas que no hay que cumplir, dice la canción de Joaquín Sabina. Y así las cosas, mire Usted: Siempre te seré fiel… Hasta que la muerte nos separe… Mañana te pago… No se preocupe Usted, la extracción de la muela no va a doler… Yo te llamo… Habrá justicia para los verdugos de Iguala… Nunca más… Voy a dejar de fumar… Rendiré cuentas… En enero me pongo a dieta… Soy fiel… Te soy leal…

Nos embelesamos en los efectos del rivotril o sus sucedáneos: la manía por el teléfono celular; las series de moda extranjerizantes que nos mediatizan por tiempo indefinido; la parranda; los te amos entre copa y copa de ron; el cúmulo de amigos en Facebook; el hablar de nosotros mismos en tercera persona; el andar por los centros comerciales en búsqueda de oportunidades que se encarguen de liquidar nuestro salario; los buenos y pasajeros sentimientos del día de los muertos; el gimnasio que asegura una figura digna de pantalla chica; o ya de plano, las cremas y brebajes que prometen ser la fuente de la eterna juventud.

Lou Marinoff recomendaba hace algunos años: Plato not Prozac! (la edición en México se llamó “Más Platón y menos Prozac”). Plato not Prozac! Joder! O lo que es lo mismo, regresar del sueño alucinógeno y del estado inconsciente, ponerle un poco de idea, conocimiento y verdad; un par en su sitio y comenzar a creer en uno mismo en vez de esperar el proverbial milagro bíblico.

Creer y para siempre, en ser causa, no efecto. Creer en nuestras promesas y creer para exigir el cumplimiento de las promesas de los demás. Hablar por fin en primera persona y moldear lo que efectivamente es moldeable, asumiendo que el desengaño tiene como presupuesto solamente nuestra propia intención y voluntad de ser engañados. Dejar de ser víctimas y ponernos a trabajar de una maldita vez.

Creer definitivamente en nuestra felicidad, nuestro éxito, nuestra capacidad de construir instituciones y un entorno de justicia. Creer en que no somos iguales, sino diferentes, pero con los mismos derechos a las oportunidades, a ser lo que queramos ser. Creer que no hay que creer nunca más en los líderes mesiánicos ni en quienes nos ofrecen salvación a cambio de nuestra dignidad y nuestra fe. Creer que nuestra opinión cuenta. Creer que nuestra voz suena. Creer que somos productivos. Creer que nadie tiene derecho a abusar de nosotros, ni a esquilmarnos, ni a enriquecerse con nuestra miseria, beneficiarse con nuestras desgracias, montarse en nuestra tragedia, particularmente si lo hacen montados desde la estupidez de las diferencias de género, raza, o posición económica.

Creer en mí, en Usted, en ellas y los demás. Creer en nuestros estudiantes cuando de verdad lo sean y no creer en los que se disfrazan de lo mismo para ganar en el caos. Creer en quien cumpla con su palabra, en el juez eficiente y honesto cuando lo haya. Creer en el maestro abnegado y en el legado de nuestros padres, abuelos y bisabuelos.

Creer así, nomás, con convicción y vergüenza torera, abrazar a Platón, o abrazar, con abandono, de aquí hasta las entrañas del averno, nuestra propia versión de Prozac que nos perdone por siempre de nuestros desengaños y cobardía. Porque ¿sabe qué?, como dice mi amiga Rina Gitler, sobrevivir no es suficiente…

Twitter: @avillalva_

Facebook: Alfonso Villalva P.

 

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